Lionel Messi a sus 32 años de edad ha recibido hoy su sexto balón de oro (nadie con más) en París. Se le ha reconocido cómo lo que es: el mejor. En otras noticias: el agua moja.
Y parecieran pocos…
“The Best”. “Pichichi” de Liga y Champions. Bota de oro (!Ah! también tiene 6, el único con esa cantidad). El mejor constructor de juego del mundo (también máximo ganador de esta distinción, aunque poco eco se le da al premio). Son sus humildes credenciales para recoger un premio por el cuál no debería haber debate de quien es el único digno ganador.
Claro que vivimos en una época dónde solo importan los “highlights” de una competición cuya fase final se desarrolla en 3 meses de todo el año. Dónde un partido o un descuido parece importar más que el trabajo detrás de otros 50.
Es el único jugador en el mundo al cuál sus detractores ignoran sus múltiples victorias al año para resaltar, de manera desproporcionada, sus pocas derrotas en una temporada. De ese tamaño es su (casi) perfección. Nadie más se acerca ni un poco.
Hay jugadores que le compiten en goles. Hay otros que en asistencias. Otros en regates. Generaciones de peligro creadas. Trofeos ganados. Pero absolutamente nadie le compite en todas. Así de superior es a todos los que le rodean. Y así ha sido por 10 años.
Hoy hubo justicia. Una que no había desde 2015. Hoy el premio al mejor jugador del mundo le fue dado al mejor jugador del mundo. Pareciera tonto, pero no siempre es así.
Y lo que falta…
Para deportistas de estos tamaños siempre hay asignaturas pendientes.
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