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Un volcán apagado

Foto del escritor: José ArrietaJosé Arrieta



Duele ver jugar a Tigres. Un equipo apático, gris, que camina lastimosamente en el campo y que, a pesar de ello, gana con una facilidad pasmosa. Posiblemente, por plantel, ganará la liga, pero es una tortura verlos pastar sin pasión en el campo.


Luego de triturar en 10 minutos de inspiración a Necaxa en su debut, la escuadra felina recibió al Pachuca en un Volcán vacío, pero no sólo en las gradas: el vacío también fue de fútbol sobre la grama.


Por el lado de los Tuzos fue un querer y no poder: pocas aproximaciones durante el primer tiempo, dedicados más a vigilar los arrebatos de Gignac o las siempre peligrosas incursiones de Quiñones por el sector derecho.


El mejor defensa del conjunto hidalguense fue, sin duda, el tigre Eduardo Vargas: el atacante felino dormita sobre el campo, falla ocasiones claras, no combina, no corre; es sólo peso muerto en un equipo que tampoco es veloz.


Cuando quiso, Tigres destrozó a Pachuca. Lo malo es que sólo quiso durante los primeros ocho minutos del segundo tiempo, hasta que un trallazo de Jesús Dueñas inauguró el marcador, lucido primorosamente en la pantalla más grande de América Latina.


La entrada del ex tigre Sosa por parte de Pachuca alentó las esperanzas del conjunto hidalguense, en el minuto 83, ante la displicencia de Salcedo, anotó el tanto del empate.


Los partidos de Tigres deberían durar máximo 15 minutos; más allá de eso, es una tortura innecesaria.

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